APARICIONES DE LA RUE DU BAC
NUESTRA SEÑORA DE LAS GRACIAS
En Jacareí Nuestra Madre Santísima y Santa Catalina Labouré ya
dieron importantes Mensajes para la humanidad, y Nuestra Madre nos recuerda siempre
que Ella alcanzará Su Gran Victoria contra Satanás, cuya lucha decisiva comenzó
con esta Aparición en la Rue du Bac, París en el lejano año de 1830.
Veamos lo que Nuestra Madre y Santa Catalina Labouré nos
dijeron recientemente:
“Recen,
conviértanse y digan a todos: "Que se conviertan lo más de prisa posible,
pues, Mis profecías de largo alcance dadas a Mi hijita Santa Catalina no
terminaron de suceder. Las partes más dolorosas vendrán todavía y si no se
convirtieren sucederá el Gran Castigo según Mis Secretos dados a Catalina, en
la Salette y en Fátima también."
Recen,
recen y recen sin cesar, Yo amo a todos ustedes y quiero que ustedes divulguen
más Mi Mensaje de Bonate, porque mientras no se haga gran reparación a Bonate,
a La Codosera y Ezquioga, los Castigos no cesarán de caer sobre el mundo,
inclusive sobre tres regiones del Brasil.” María
Santísima, 27/11/2016
“Mis Rosarios valieron
mucho más que todas las caridades, todas las buenas obras que Yo hice durante
toda Mi vida. Muchos consideraron que fue Mi caridad, Mis obras de caridad que
Me llevaron al Cielo, ellas Me ayudaron en verdad. Pero mucho más Me ayudaron los
Rosarios inflamados de amor que Yo recé.
Recen
fervorosamente el Rosario, recen fervorosamente el Rosario, récenlo con el
corazón, porque ello es la escalera bendita que los llevará al Cielo. Él es el
lazo dorado, donde en una punta están ustedes y en la otra la Madre de DIOS y
Ella entonces les empujará a través de ese lazo hasta los Brazos de Ella en el
Cielo donde ustedes serán felices para siempre.” Santa Catalina
Labouré, 27/11/2016
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Catalina
nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès Moutier, en la Cote-d'Or
(Francia) y era la novena hija de una familia que contaría con once. Sus
padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard, propietarios de la granja que
ellos mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa
familia en el temor y amor de Dios. La devoción a María era muy estimada.
Por
desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina no tenía más que nueve
años. Huérfana de su madre terrenal, la niña se buscó otra madre en la SANTÍSIMA
Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja, la sorprendió
subida sobre la mesa con la estatua de María que había tomado de la chimenea y
la estrechaba sobre sus bracitos.
A los
doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana mayor en la Compañía
de las Hijas de la Caridad, su padre le confió el cuidado de la casa, en cuya
tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su hermana menor Antonieta,
llamada familiarmente Tonina. Los testigos en el proceso de beatificación han
asegurado que se desempeñó muy bien en su cometido. Tonina reveló que a partir
de los catorce años, pese a los trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar
el viernes y el sábado y a concurrir a misa entre semana, en el Hospicio de
Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros. Prácticamente no fue a la
escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a escribir aún bastante
imperfectamente.
Desde
su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa.
Rechazó varias veces propuestas de matrimonio. Dudaba sin embargo, en la
elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse.
Un
venerable sacerdote se le había aparecido y le había dicho estas palabras:
- Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus
designios sobre ti.
Algún
tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de ir a la Casa de las Hijas de la
Caridad en Chatillon-sur-Seine. Entrando al locutorio su mirada se detuvo en un
cuadro adosado a la pared:
Ese,
exclamó, es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es su nombre?
Se le
hizo saber que era San Vicente de Paúl. Desde ese momento no dudó más.
Cuerpo incorrupto de San Vicente de Paúl |
El 21
de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de la calle du Bac.
Algunos día después tuvo la dicha de asistir a la traslación solemne de las
reliquias de San Vicente de Paúl, desde Nôtre-Dame hasta la Capilla de los
sacerdotes lazaritas, en la calle de Sèvres.
Su
noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo atestiguan las gracias
extraordinarias con que fue favorecida y su alma mariana debió apreciar
profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San Vicente tenían a
la Inmaculada Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la atención de los que
la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante que sus superiores
emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado:
Catalina
Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y escribir para sí misma. Su
caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son sobresalientes. Es
piadosa. Trabaja en adquirir la virtud.
Catalina
fue colocada entonces en París mismo en el hospicio del barrio Saint Antoine en
la seccional XII y allí pasó toda su vida, entregada a los humildes trabajos de
servir a los ancianos, atender la cocina, la ropería, el gallinero y la portería.
Catalina
guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de la Virgen María.
Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue el confidente. María lo
quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella,
creyó Catalina que debía hablar a su superiora, porque la estatua que la Virgen
había pedido aún no había sido hecha.
Santa Luisa de Marrilac, fundadora de las Hijas de la Caridad |
Catalina
Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo fue encontrado intacto con
ocasión de su beatificación en 1933, y reposa en la Capilla de las Apariciones
bajo el altar mismo en el que María se le apareció. Fué canonizada el 27 de
julio de 1947.
Tal
fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima Virgen se eligió como
mensajera cuando se dignó revelar al mundo su "Medalla Milagrosa"
¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta elección! Nuestro espíritu
superficial, tan poco apto para juzgar las cosas sobrenaturales, esperaría
encontrar en semejante vidente un caracter más definido, sucesos
extraordinarios, éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante y no hay nada de
esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin nerviosismo ni
exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.
Dios
hace bien lo que hace: el carácter de la vidente basta, en efecto, para
autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de sí misma a su Superiora que
le felicitaba por haber sido favorecida con gracias extraordinarias:
¿Yo
favorecida? Solo he sido un instrumento. No fue debido a mis méritos el que la Santísima
Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía nada ni siquiera escribir; en la
Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo la Santísima Virgen me eligió, a
fin de que no se pueda dudar.
No se
podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los instrumentos más
humildes para sus obras más hermosas y las apariciones de la Rue du Bac no son
una excepción a esta regla.
LAS
APARICIONES
La
primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera
de la fiesta de San Vicente de Paul y debía preparar a la vidente a su misión
posterior.
He
aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor:
Llegó
la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dio una
charla sobre la devoción a los santos, en particular sobre la devoción a la Santísima
Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la Santísima Virgen
que me fui a acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena
Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se
nos había distribuido un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté
la mitad del mismo, me la tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me
obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.
En
fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre:
- Hermana, Hermana.
Despertándome,
miré hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo.
Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me
dice:
- Ven a la Capilla, allí te espera la Santísima Virgen.
Inmediatamente
me asaltó la idea:
- Me van a oír.
El
niño me respondió:
- Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo
duerme profundamente. Ven, te espero.
Me
vestí rápidamente y me dirigí a donde estaba el niño que había permanecido de
pie, sin adelantarse más allá de la cabecera de mi cama. El me siguió o más
bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban
prendidas en todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi
asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas el niño la
hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando vi
todos los cirios y antorchas encendidos, lo que me recordó la misa de
Nochebuena. Sin embargo no veía a la Santísima Virgen.
El
niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de
rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me parecía larga la
espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar
durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me
alerta y me dice:
- ¡He aquí a la Santísima Virgen, hela aquí!.
Escucho
un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna,
del lado del cuadro de San José. Ella vino a detenerse sobre las gradas del
altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que
no tenía el mismo aspecto que el de Santa Ana.
Yo
dudaba si sería la Santísima Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me
dijo: ¡He aquí a la Santísima Virgen! Me sería imposible expresar lo que
experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía
a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño sino como un
hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la Santísima Virgen, no hice
más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar,
las manos apoyadas sobre las rodillas de la Santísima Virgen.
Allí,
transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo
lo que experimenté. Ella me dijo:
- ¡Hija mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás
que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de
Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de
dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la gracia, no temas. Háblale con
confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da
cuenta de ellas. Te sentirás inspirada durante tu oración.
La Santísima
Virgen me enseñó cómo debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas
más que no debo decir.
Respecto
al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del
altar y me recomendó acudir allí y desahogar mi corazón, asegurándome que en
ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.
- Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre
Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado por
desgracias de toda clase (la Santísima Virgen tenía aspecto muy apenado al
decir esto). Pero venid al pie de este altar: ahí las gracias serán derramadas
sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas
sobre grandes y chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre
la Comunidad en particular, a la que amo mucho...
Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la Santísima
Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París tendrá sus
víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía!
La cruz será despreciada, correrá la sangre en la calle (aquí la Santísima
Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me
dijo, todo el mundo estará triste.
(Todos
estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).
Yo
pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.
No sé
cuánto tiempo quedé a los pies de la Santísima Virgen; lo único que sé es que
cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como una sombra que
se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había
llegado.
Me
levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo lugar donde lo había
dejado; me dijo:
- ¡Se ha ido!
Volvimos
por el mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi
izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se había vuelto visible
para hacerme ver a la Santísima Virgen, porque yo le había rogado mucho que me
obtuviese este favor.
Estaba
vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba
resplandeciente de luz, poco más o menos de cuatro a cinco años de edad.
Escuché sonar la hora; no me dormí más.
Esta
es la gran aparición en la que María comunica a la Vidente el mensaje que debía
transmitir. Nada mejor que dejar también aquí, la palabra a la misma Sor
Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, mientras las
novicias se encontraban reunidas en la Capilla para la meditación de la tarde,
víspera del primer domingo de Adviento. La escena se desarrolla en tres cuadros
sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente cada vez más profundamente
en la inteligencia del mensaje y de todo el misterio mariano.
Era
el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de
Adviento. Yo tenía la convicción de que vería de nuevo a la Santísima Virgen y
que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A
las cinco y media de la tarde, algunos minutos después del primer punto de la
meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado de la
tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda.
Primer
cuadro: La Virgen con el globo.
Habiendo
mirado hacia ese costado, vi a la Santísima Virgen a la altura del cuadro de
San José. La Santísima Virgen estaba de pie, era de estatura mediana; tenía un
vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen",
mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados
hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad,
ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin
fruncido, su cara estaba bastante descubierta. Sus pies se apoyaban sobre la
mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también
bajo sus pies una serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus
manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que representaba
al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos
miraban hacia el Cielo. Su aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo
podría describir.
De
pronto vi anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la
mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno más pequeño en la extremidad y
cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos
de luz, unos más hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las
piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más pequeños; los
rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba
cubierta por ellos y yo no veía más sus pies.
Esta
fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va
a cambiar de actitud, a bajar la mirada y teniendo los dedos siempre
guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor
Catalina.
Segundo
cuadro: El anverso de la Medalla.
En
ese momento en que yo la contemplaba, la Santísima Virgen bajó sus ojos
mirándome. Una voz se hizo escuchar y me dijo estas palabras:
- Este globo representa al mundo entero, especialmente a
Francia... y a cada persona en particular.
Aquí
yo no sé expresar lo que experimenté lo que vi.
- La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos...
son el símbolo de las gracias que yo derramo sobre los que me las piden,
haciéndome comprender cuán generosa se mostraba hacia las personas que se las
pedían, cuánta alegría experimenta concediéndoselas... Estos diamantes de los
que no salen rayos, son las gracias que dejan de pedirme.
En
este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se formó un cuadro
alrededor de la Santísima Virgen, algo ovalado, en el que se leían estas
palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha,
pasando por encima de la cabeza de la Santísima Virgen y terminando a la altura
de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por
nosotros que recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces
oí una voz que me dijo:
- Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas
que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán
abundantes para las personas que la llevaren con confianza.
Tercer
cuadro: El reverso de la Medalla.
En
aquel instante me pareció que el cuadro se daba vuelta. Vi sobre el reverso de
la Medalla la letra M, coronada con una cruz, apoyada sobre una barra y, debajo
de la letra M los sagrados Corazones de Jesús y de María, que yo distinguí,
porque uno estaba rodeado de una corona de espinas y el otro, traspasado por
una espada.
Inquieta
por saber que sería necesario poner en el reverso de la Medalla, después de
mucha oración, un día, en la meditación, me pareció escuchar una voz que me
decía:
- La letra M y los dos corazones dicen lo suficiente.
Las
notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que rodeaban el monograma
de María y los dos corazones. Sin embargo han figurado siempre en el reverso de
la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha sido dado de viva voz por
la Santa en el momento de las apariciones o un poco más tarde.
El P.
Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede
decir con severidad, las comunicaciones de su penitente. Le prohibió aún darles
fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía
el poder de borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El
pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni tampoco una íntima
convicción de que la volvería a ver.
En
efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina fue
favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a la del 27 de
noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin
embargo una diferencia notable. La Santísima Virgen se apareció no a la altura
del cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del
Tabernáculo.
Sor
Catalina debía tener la certeza de que no se había equivocado en el momento de
la visión del 27 de noviembre. Recibió nuevamente la orden de hacer acuñar una
medalla según el modelo que veía. Termina el relato de esta aparición con estas
palabras:
Decirle
lo que sentí en el momento en que la Santísima Virgen ofrecía el globo a
Nuestro Señor, es imposible expresarlo, como también lo que experimenté
mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y
me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima
Virgen consigue para quienes se las piden.
María
insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo del globo que Ella
tenía en sus manos:
- Hija mía, este globo representa el mundo entero, particularmente
a Francia y a cada persona en particular. Fíjese bien (dirigiéndose a su
Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a cada persona en
particular.
Por
eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación:
¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.
¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.
Cuerpo de Santa Catalina y la Silla donde la Virgen se sentó por casi 2 horas |
Fragmento del vídeo documental hecho por el vidente Marcos Tadeo en Jacareí sobre las Apariciones de la Virgen María en la Rue du Bac:
CAPILLA DE LA RUE DU BAC
PÁGINAS DE GRAN INTERÉS
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